sábado, 1 de septiembre de 2007

Dejando

En un lugar sin nombre una tarde sin tiempo me cruce con un hombre por 5 minutos, no podría decirse que edad tenia, creo que nisiquierea estoy en condiciones de describirlo, sera que nadad en su aspecto físico era fuera de lo normal o en realidad no presté atención mas que a sus palabras en un escenario poco cotidiano. De la forma mas simple entramos en charla, como que los dos teníamos ganas de hablar (el mas que yo), me contó de su pueblo, historias repetidas y un amor que no fue. Reímos como primos de infancia, añoramos sabores con nostalgia, hasta me mostró algunas fotos, creo que fue en un estación de tren en Italia. Por un segundo miro toda la gente que hace guardia a mi alrededor a la espera del gigante de acero, gente en busca de sus casas, amores, sueños. Vuelvo a la conversacion cuando ya se empieza a hablar de que hago y por que estoy acá, cuando en realidad no tengo respuestas. Una bella mujer que pasa a paso rápido por nuestro lado regala un silencio especial. Es increíble como un extraño puede terminar dando mejores consejos que los mejores amigos, otro rock and roll. Ahora las preguntas no hacen eco y la charla toma cierto vuelo inesperado, mientras observo y afirmo con la cabeza, me imagino la vida de este hombre, tanta distinta y tan lejos de la mía, de sus sueños básicos y simples. Cuando habla de sus afectos los ojos se le llenan de luz y su sonrisa sobrepasa los marcos de su cara, es un día regular ni nubes ni soleado, el silbato de la locomotora rompe el silencio. La voz del guarda anuncia la partida, el viaja en el vagón 23 yo en el 17, es hora de buscar el lugar que nos lleva al próximo encuentro, un primer y un único abrazo marcan el final de nuestra amistad. El se aleja a paso de torero mientras busco los cigarrillos en los bolsillos de mi abrigo me acuerdo que deje de fumar tabaco, le regale una sonrisa al cielo y seguí mi camino.

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